El 10 de septiembre es la fecha elegida por la Organización Mundial de la Salud para fomentar a nivel mundial las medidas de distinto tipo para la prevención del suicidio.
El suicidio: algunas cifras
En el mundo, la mortalidad por suicidio es superior a la causada por las guerras y los homicidios. De acuerdo con los datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud, 800.000 personas se suicidan en todo el mundo cada año, y muchas otras lo intentan.
En España, un total de 3.539 personas se quitaron la vida durante 2018, convirtiéndose así el suicidio ese año en la principal causa externa de mortalidad.
En términos epidemiológicos, otros países de nuestro entorno presentan una situación peor que la nuestra, siendo la tasa de suicidios española de 7,6 casos por cada 100.000 habitantes, por debajo de la mayoría de los países de nuestro entorno, y muy por debajo de países como Rusia o la región autónoma danesa de Groenlandia, con tasas superiores a 25 casos anuales por cada 100.000 habitantes.
Las causas del suicidio
El sociólogo Durkheim planteó en su pionero estudio de 1897 que el suicidio no era ni sólo ni tanto un problema psicológico, sino social, y que eran aquellas personas que presentaban un mayor nivel de anomia, o falta de integración social, quienes mayores probabilidades de suicidarse tenían.
En general, sin embargo, el suicidio es percibido por la población general como un problema psicológico, individual, de salud mental, si bien múltiples estudios apuntan a que es un problema que afecta desigualmente a unas y otras personas, y cuya ocurrencia parece seguir pautas a las que subyacen factores causales personales, pero también territoriales, temporales, económicos, culturales y de otro tipo.
La desigual distribución del suicidio
Así, por ejemplo, y siempre de acuerdo con la imagen proporcionada por Our World in Data, el suicidio en España experimentó una acusada reducción entre 1950 y finales de los años 70, y a partir de ese momento su vuelta a la senda de crecimiento resulta evidente, habiendo alcanzado a partir de mitad de los años 80 un pico que ha mantenido alto el valor, con oscilaciones continuas en forma de dientes de sierra, pero sin una tendencia a la baja. No parece que una gráfica así represente cambios de naturaleza mental o psicológica, sino más bien de cambios en las circunstancias y condiciones sociales e históricas de existencia.
Resulta tentador, al menos desde la perspectiva sociológica, atribuir a la Democracia y sus problemas asociados el incremento del suicidio en España, si atendemos exclusivamente a la correlación entre tasa de suicidio y tiempo histórico. Pero, recordemos el axioma de la Ciencia: correlación no es causalidad
El factor geográfico-cultural también se ha planteado en ocasiones como una posible explicación estructural al suicidio, pues son bien conocidas las significativamente mayores tasas de algunas zonas, como Groenlandia o Rusia, en el conjunto del mundo; o el denominado triángulo de los suicidas, en Andalucía.
De los 40 municipios españoles con mayores tasas de suicidio, 11 están cerca de Alcalá la Real, en la provincia de Jaén, el municipio español con mayor tasa de suicidio, al nivel de Groenlandia o Rusia. Y también es un municipio jiennense, Alcaudete, próximo a Alcalá la Real, el que ocupa la tercera posición en el ranking nacional.
Los triángulos de los suicidas (Luis Sevillano)
Pese a una percepción social mayoritaria que ve en el suicidio un problema individual de mala salud mental, abundante evidencia pone de manifiesto que en la decisión de suicidarse operan, si bien de manera aún difícil de desentrañar, factores causales de naturaleza territorial, social, económica y cultural, y que el “recurso” al suicidio es más probable en términos estadísticos en unas zonas que en otras, a igualdad de problemas de salud mental.
Uno de los principales problemas en torno al suicidio durante las últimas décadas, además del propio desenlace fatal de quienes recurren a él ante la adversidad, es el silencio y el tabú que ha pesado históricamente sobre el mismo. En parte por el estigma con el que la sociedad marca al suicida, en continuidad con el castigo que una sociedad más religiosa le reservaba, al no enterrarlo en cementerios cristianos por haber “muerto en pecado”. En parte también, y visto desde una perspectiva más propia de la Salud Pública, por el convencimiento político-administrativo de que la divulgación y la conversación social a propósito del suicidio, lo incentivaba.
La ley del silencio en torno al suicidio parece estar tocando a su fin. Hoy por hoy la idea de que hablar del suicidio lo fomenta está ampliamente desacreditada, y la comunidad científica especializada recomienda hacer justamente lo contrario.
Blas Hermoso
Responsable de la Unidad de Acción Local en Salud de la provincia de Jaén
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