“… usted no sabe realmente lo que es
sano y lo que no, aún queda un recurso incuestionable: coma menos,
en general todos comemos demasiado….”
El 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la
Alimentación y el lema elegido este año por la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) es: “Una alimentación sana para un mundo hambre cero”.
Se intuye en la propuesta una doble intención:
que en los países ricos se coma más razonablemente, con la mesura
que la lógica nos debería dictar, y que en los pobres al menos se
coma suficientemente, sin precariedad. Así de sencillo y así de
complejo.
En Occidente luchamos por vivir sanos y felices
sin querer renunciar al placer de comer lo que nuestro instinto nos
sugiera, pero siendo perfectamente conscientes de los riesgos que
conlleva. Está comprobado que comemos demasiado de todo,
especialmente de lo perjudicial, y si seguimos haciéndolo es porque
asumimos que no podemos vencer a la tentación de adquirir esa
parcela de placer inmediato que nos proporciona comer y beber. Si
conocemos por qué nos ocurre tal vez emprendamos la tarea de hacer
más sensatos nuestros hábitos alimentarios.
La clave del problema es la siguiente: tenemos una
especial avidez por ingerir aquello que, aún siendo necesario para
el funcionamiento de nuestro organismo, ha sido particularmente
difícil de conseguir durante decenas de miles años: las proteínas
y grasas de la carne, el azúcar y la sal. Nuestra capacidad
tecnológica e intelectual para conseguir estos elementos ha
evolucionado mucho más rápidamente que la capacidad biológica de
nuestro organismo para metabolizar adecuadamente la ingesta excesiva
y repetida de estas sustancias desde la segunda mitad del siglo XX.
De ahí derivan las patologías que mayor morbimortalidad provocan en
la actualidad: las enfermedades cardiocirculatorias y
cerebrovasculares, la obesidad, la diabetes, la hipertensión, la
hiperlipemia, algunos cánceres y muchas otras.
Si comemos habitualmente menos carne, menos grasa
animal y derivados, menos alimentos con azúcares simples, menos sal
y alcohol, y si comemos más pescado, aceites vegetales
(especialmente de oliva), legumbres, frutas, frutos secos, cereales
integrales y verduras, no sabemos si viviremos más felices, pero
viviremos más tiempo y más sanos (y por lo tanto, a ultranza,
probablemente más felices).
Si debido al incontrolable caudal de información
no contrastada en Internet sobre alimentación y nutrición usted no
sabe realmente lo que es sano y lo que no, aún queda un recurso
incuestionable: coma menos, en general todos comemos demasiado. Y
haga más ejercicio, el que más le satisfaga.
Si nos paramos y miramos atrás, el problema de
la alimentación es justamente el contrario en otras latitudes: la
mayor parte de la población mundial no come lo que debe, sino lo que
puede, y la falta de alimentos fundamentales provocan desnutrición y
patologías carenciales relacionadas cuando no auténtica hambre. Las
políticas de desarrollo encaminadas a paliar estos desequilibrios
tiene aún un largo camino que recorrer y el Día Mundial de la
Alimentación sirve para recordárnoslo.
Una pregunta queda en el aire: ¿podrá el
ecosistema, el mundo natural, proveer de alimento a más de 7.500
millones de personas sin resentirse severamente? Todos opinamos pero
en realidad no lo sabemos, nuestros nietos sí lo sabrán.
Juan José Silva Rodríguez
Médico Especialista en Endocrinología y
Nutrición
Máster Universitario en Antropología: Gestión
de la Diversidad Cultural, el Patrimonio y el Desarrollo.
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